«La La Land. La ciudad de las estrellas». Damien Chazelle, 2016

¿VUELVE LA FÁBRICA DE SUEÑOS?

El género musical, de tanta tradición en Hollywood y con tantos epígonos en Europa e incluso en España, tiene también numerosos detractores, entre ellos los que no aceptan sus particulares códigos y convenciones, aun sabiendo que todo el cine es puro artificio, dado que nuestro cerebro se ve obligado a dar sensación de realidad a lo que desde el principio de la historia del medio no han sido más que luces y sombras proyectados sobre una sábana.

Convengamos en que cuando vemos a unos centenares de conductores atrapados en un atasco infernal a las afueras de Los Ángeles, que salen de pronto de sus vehículos e inician una danza frenética, tan felices ellos, o cuando una pareja de adultos que intentan enamorarse interrumpen su diálogo y se ponen a cantar e incluso a volar, diciéndose cosas que suenan demasiado a cursilería, dan ganas de abandonar precipitadamente la sala.

Todo eso ocurre en la primera parte de La La Land, llamada en España La ciudad de las estrellas en honor del título de la canción que suena repetidamente en su banda sonora. En las imágenes, Mia, una camarera que sueña con triunfar como actriz aunque para ello tenga que escribir sus propias obras, y Sebastian, un fanático del jazz clásico que quiere abrir un club mientras se ve obligado a tocar al piano piezas modernas que no le gustan, coinciden tantas veces por casualidad –truco de guion decididamente poco creíble– que al final acaban conociéndose, enamorándose y yéndose a vivir juntos.

Por fortuna, cuando la narración se centra en sus relaciones y sobre todo en sus discusiones a propósito de la distancia y los obstáculos existentes entre sus aspiraciones y el mundo en el que viven, todo se remansa, adquiriendo más interés, enjundia y sentido.

Se salva así el peligro de ponernos una vez más ante una de esas historias en que la fantasía más desaforada viene a servir de lenitivo tramposo a unas condiciones de vida difíciles de soportar o a una idealización de estas que roza la estafa intelectual y moral, tantas veces practicadas por títulos clásicos, con independencia de su virtuosismo técnico y de otros valores que los apasionados por el género defienden entusiásticamente. Al fin y al cabo, el cine ha servido demasiadas veces como evasión y válvula de escape de las frustraciones individuales y colectivas, y a eso debe buena parte de su éxito como espectáculo. Y a ello parece encaminarse esa primera parte del filme del joven cineasta canadiense Damien Chazelle, en medio de una lluvia de efectos exagerados, barridos abusivos y otros recursos demasiado fáciles, característicos de buena parte del cine actual de casi cualquier género.

Pero es sobre todo el sorprendente giro que se produce cerca ya del desenlace, con su inteligente desdoblamiento entre la supuesta realidad y el limbo emotivo en el que nos movíamos hasta entonces, el que convierte a La La Land, además de en un musical cuajado de homenajes visuales y sonoros a los clásicos del género –desde Stanley Donen hasta el más manierista y extemporáneo Jacques Demy–, en una interesante reflexión sobre el choque entre los sueños y la realidad, o entre las ambiciones profesionales y los sentimientos, que va más allá de las convenciones habituales de este tipo de cine.

Chazelle, guionista y director de la película, con la inestimable colaboración musical de Justin Hurvitz y que ya había demostrado su atracción por los temas musicales en la llamativa aunque discutible Whiplash (2014), demuestra que no sólo es un apasionado de la utilización expresiva de la música y la danza en el cine, sino que ha estudiado con detalle las implicaciones sociales y aun políticas de tales obras respecto de la realidad que nos rodea, y ha conseguido evitar sus trampas más obvias, también con larga tradición en la historia del cine y que podrían traducirse, de forma quizá demasiado simplista, en la siguiente fórmula: cantemos y bailemos, que mañana… todo será peor que hoy. Se le agradece el esfuerzo, aparte de los quizás inevitables sometimientos a las normas canónicas del género.

 

FICHA TÉCNICA

Título original: «La La Land». Dirección y Guion: Damien Chazelle. Fotografía: Linus Sandgren, en color. Montaje: Tom Cross. Música: Justin Hurwitz. Intérpretes: Ryan Gosling (Sebastian), Emma Stone (Mia), J.K. Simmons (Bill), Finn Wittrock (Greg), Rosemarie DeWitt (Laura), John Legend (Keith), Sonoya Mizuno (Caitlin), Tom Everett Scott (David). Producción: Black Label Media, Gilbert Films, Impostor Pictures, Marc Platt Prod. (Estados Unidos, 2016). Duración: 128 minutos.

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