
Una ministra no puede ser tan torpe. Ni siquiera la de Defensa, pese a la categoría de oxímoron que, en broma o en serio, se aplica a la expresión “inteligencia militar”. No está la situación del Gobierno del que forma parte para echar leña al fuego. Pero eso han sido exactamente sus declaraciones en la sesión de control desarrollada en el Congreso de los Diputados.
Para contrarrestar las acusaciones al Gobierno de espionaje a los partidos catalanistas, a la ministra solo se le ha ocurrido argumentar “¿Qué tiene que hacer un Estado, un Gobierno, cuando alguien vulnera la Constitución, cuando alguien declara la independencia (…), cuando realiza desórdenes públicos, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?”. ¡Leña al mono!
Algunos argumentos podrían matizarse, pero dichos así, en el contexto en el que se produjeron, en medio de una bronca que amenaza la estabilidad del ejecutivo, ante una previsible reacción furibunda de partidos a los que se considera “socios”, en vísperas de la votación de medidas urgentes e irremplazables, tienen que tener justificación. Y la única inteligible que se me alcanza es esta:
Margarita Robles ha decidido inmolarse para salvar la cara al presidente que la nombró. Una crisis de Gobierno sorteada, una despedida cortés y una pieza mayor cobrada por los sostenedores del ejecutivo a cambio de volver a la senda de la negociación. El presidente respira, mientras ella se debate entre el martirio, la culpa o, simplemente, la “inteligencia militar”.
