La tercera guerra mundial ya no es tabú

La tercera guerra mundial (al menos, la amenaza de esa conflagración) es lo que Trump ha venido a poner sobre el tablero universal: o el mundo occidental se pliega a la megalomanía del presidente más bárbaro de la historia contemporánea (la posterior a la segunda Guerra Mundial) o Europa asume la prioritaria obligación de defenderse. Las alternativas parecen cada día más cegadas.

La reunión de Trump y Zelenski no permite titubeos: Ucrania es el instrumento, la coartada; Europa, el objetivo.

O sumisión o aniquilamiento, ese es el plan. Por tierra, mar y aire. Al servicio de único afán: el sometimiento de cualquier iniciativa razonable.

No se trata de una bravuconada. Ni del síndrome del loco. Tras Zelenski y Ucrania, Trump esconde su auténtico objetivo. «Viene a por nosotros», escuché hace algunos días a gente razonable. Hoy Trump lo ha confirmado.

No caben engaños: Europa, así, pierde o pierde. Va a tener que redefinir su propio plan y muchos ciudadanos vamos a tener que revisar, y de manera urgente, nuestra resistencia a asumir la verosimilitud de un conflicto bélico imprevisible, tanto en su modelo como en sus consecuencias.

¿Hasta dónde y cuándo puede durar la resistencia de muchos europeos a la carrera armamentística?

Al dolor de la nueva crisis económica y a la pérdida de recursos para mantener el estatus actual, que ya parecen asegurados, habrá que sumar las exigencias de una carrera militar que empieza a sonar como ineludible. Forma parte de la estrategia del loco bárbaro.

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