El lector lo intuye y el autor lo confirma: “estas páginas (son) mi historia”. Lo demás es aire (Seix Barral, 2022) se autoproclama, sobre cualquier otra consideración, como el libro que Juan Gómez Bárcena “quería escribir”, pese a lo mucho que le costaba asumir que “la vida de cierto niño amante de los dinosaurios también merecía ser contada”. Al lector no le cabe ninguna duda.
Ese hecho explica el impresionante esfuerzo documental que ha requerido esta tarea, la intensidad narrativa desplegada sin descanso por el autor, la singularidad de unas experiencias y unos hechos que se retroalimentan entre sí más allá de la mera sucesión cronológica. En definitiva, de esa motivación fundacional se deriva la peculiaridad de una obra singular y abrumadora, en muchos momentos emocionante, que requiere un lector entregado a la sorpresa y a la tensión de un ejercicio literario que desborda el mero conocimiento del oficio.
Lo demás es aire incide en un tema frecuente en estos tiempos: la mirada sobre un territorio amenazado por la despoblación y la pérdida de identidad en aras de una normalización que obliga a experiencias ajenas. Sin embargo, la recreación de ese espacio es genuina y global, compleja y poliédrica, física y cultural; casi siempre, emocional. No se trata de un libro de lectura fácil, porque no hay tópicos sino descubrimientos que recrean el espacio y desbordan el tiempo.
El encuentro, o el reencuentro que propone Lo demás es aire, obliga a mirar de manera permanente al retrovisor, no solo para ver lo que hay inmediatamente detrás sino para sentir la presencia de todos los que murieron y fueron enterrados. Ese ejercicio permanente, tan sugerente como original, al que obliga Juan Gómez Bárcena, define su propia mirada. La vida se explica, en definitiva, no tanto por la sucesión de hechos y personas sino, sobre todo, por las interrelaciones que genera el tiempo entre ellos y ellas.
El verdadero peligro del mundo rural no es tanto la despoblación como el silencio. Quizás haya algo peor, la banalización de un territorio mediante el despojo o la reducción de su pasado.
Un libro tan personal, tan intenso e extenso, corre el riesgo de resultar excesivo. Es la amenaza que persigue a trabajos tan íntimos y torrenciales, que desbordan los cauces de la narración, porque merman la belleza de la sugerencia en aras de reiteraciones que el lector no necesita. O tal vez, no sea así en este caso, porque Lo demás es aire merece la pena más allá de los matices: por el despliegue valiosísimo de referencias temporales, por la emoción que trasladan sus personajes, por la naturalidad de la conversación y la credibilidad de sus protagonistas, por la interrelación de hechos, gentes y costumbres desde antes del génesis hasta ahora mismo. Todo eso es Toñanes, mientras aún quede algún Juan Gómez Bárcena.