A los jueces conservadores que torpedearon la renovación del Tribunal Constitucional les ha salido el tiro le salió por la culata. Intrigaron cuanto pudieron y soñaron con asaltar el poder aun siendo minoría, pero ahora parecen obligados a tragarse el sapo de una composición en la que aparecen como meros comparsas de la mayoría progresista.
A los jueces progresistas que se vieron amenazados por las tretas de sus colegas conservadores se les ha puesto cara de victoria cuando parecen haber logrado todo lo que ansiaban (la mayoría y la presidencia de su candidato) e incluso más: la vicepresidencia, que en ocasiones menos convulsas se ofrecía como contrapeso al sector minoritario.
Y sin embargo…
Más valdría no haberse valido de recovecos y/o jugadas de póker. ¿Responderán sus decisiones a criterios eminentemente jurídicos o resultará inevitable recordar, a lo largo de nueve años, que las artimañas son de patas cortas? El aire de venganza sobre la minoría que desprenden algunas intérpretes de lo ocurrido y el desaire a la jueza progresista desplazada de su grupo natural pueden reavivar conflictos más o menos próximos.
Serían, en todo caso, consecuencias del planteamiento sectario que se transmite y de los hábitos politiqueros que parecen consustanciales a cualquier actividad pública, incluidas las que pueden abocar a una justicia injusta.
Más valdría superar este momento y volver a la independencia judicial razonable.