Leandro cogió su seiscientos, dejó el periódico pese a la noticia que nos acababa de asaltar y puso rumbo al centro del mundo en aquel día. Hoy hace 40 años.
Leandro regresó dos o tres días más tarde, satisfecho, feliz de haber vivido un momento histórico, inolvidable; hablaba por los codos, se lo contaba a cuantos se acercaban a la mesa de redacción, a quienes le preguntaban e incluso a quienes no le interrumpían.
Era el año 1974. Tal día como hoy, Leandro arrancó su pequeño cacharro beige, puso rumbo a la frontera, atravesó sin problemas, aunque con controles, Fuentes de Oñoro y Vilarformoso, dejó Guarda y se detuvo en Coimbra, que también era ciudad universitaria y cultural, como Salamanca.
Lo que le vio le animó a seguir y las imágenes de la televisión en blanco y negro le obligaron a continuar. En Lisboa le recibieron con claveles y el tuvo la oportunidad de colocar uno de ellos en el cañón del fusil de un militar que le abrazaba, como a otros tantos compatriotas.
Leandro sufrió un ataque de envidia, pero se repuso. Era un tipo decente y pensaba que la alegría merece compartirse, aunque se hubiera producido en otro barrio. Quiso contarlo. No pudo. Ni una línea.
Aquí no fue lo mismo, dijo Leandro año y medio después.
Ahora nos parecemos más. No se lo he dicho al viejo compañero, porque no está y, además, porque tampoco le iba a gustar.