La izquierda sociológica y política está atrapada en la complejidad de la sociedad actual. La izquierda tenía una referencia fundacional e indiscutible: su compromiso con las clases sociales más desfavorecidas. No había otra cuestión equiparable.
La sociedad actual ha llevado a la izquierda a interiorizar otras identidades que provocan desigualdades simultáneas a las de clase: las vinculadas al género, al feminismo; a la raza, al territorio (nacional o de otro tipo), a la ecología, a la discapacidad… Así el foco se divide y tensiones se multiplican. Las respuestas se complican.
La derecha lo resuelve apelando a los valores tradicionales, relegando las nuevas demandas a un tercer o cuarto nivel. Sus prioridades siguen donde estaban, los conflictos se minimizan y todo se reduce a la eficiencia de un Estado confiado a la iniciativa privada y al rebote de los grandes beneficios y los grandes beneficiarios. Muy sencillo, aunque el dogma no se sostenga sobre algún tipo de verificación cierta.
En España algunos conflictos se relacionan con cuestiones históricas. La oposición a la Dictadura estableció complicidades entre la izquierda y el nacionalismo, víctimas predilectas, una y otro, del franquismo. Esos lazos lastran de manera relevante el mensaje progresista en territorios ajenos a cualquier reivindicación periférica. El nacionalismo purifica así su desatención de la solidaridad más allá de sus límites geográficos, mientras la izquierda se ve forzada a transigir con propuestas ajenas a su punto de partida.
Tal vez sea la contradicción más evidente, no la única, a la que deben hacer frente los proyectos progresistas. Las identidades reconocidas como indiscutibles generan nuevas distorsiones en las prioridades. ¿Cómo integrar reivindicaciones tan distintas? ¿Simultáneamente y por igual? ¿Anteponiendo unas u otras según los momentos? ¿Estableciendo políticas de género, territoriales o antirracistas desde una perspectiva de clase? ¿O políticas de clase desde una perspectiva de género, de territorio o antirracista? ¿Dónde y cómo fijar las prioridades? ¿Es necesario implantar perspectivas de clase en cada uno de las cuestiones fundamentales del debate público: el género, la raza, la identidad nacional…? ¿O al revés?
Convendría responder a esas cuestiones. A sabiendas del conflicto –al menos, de prioridades– que pueden generar.
La izquierda lo tiene mucho más difícil que la derecha. Sus contradicciones saltan con frecuencia a la vista. A veces se reconocen. Otras, no. Sin embargo, están.