
Hervé Falciani es un personaje singular. Proveniente del mundo de las finanzas, no puede sacudirse la sombra de la sospecha. Acusador del sistema financiero y de algunos de sus principales beneficiarios, merece la atención y el crédito de un nuevo Robin Hood. Ambas presunciones pertenecen, por supuesto, a la lógica personal del que suscribe; para qué engañar: Hervé Falciani es mi ídolo.
La lógica de quienes controlan el poder y la sociedad es otra. Sospechoso por denunciar el sistema y a sus benefactores, es reclamado por la justicia suiza y ya ha tenido que vérselas con la francesa y la española, para escapar de aquella.
O sea, un tipo digno de atención. Según él, un hombre que decidió exponer a sus propios jefes que el sistema financiero en el que trabajaba y vivía no era tan benéfico como proclamaban. Bastó la sugerencia para que le persiguieran. Fue en la huida, tal vez, cuando comprendió que no cabían los eufemismos. Y se tuvo que afanar para salvar su culo.
Así concluyó: “La lucha contra la opacidad financiera, según mi íntima convicción, interesa a todas las democracias; y esta lucha se desarrolla en los establecimientos bancarios, los estados y por la forma en que se efectúan las operaciones bancarias. Hace falta que las acciones que se emprendan a niveles estatales sean públicas y detalladas, que no sean declaraciones de intenciones”
Y ahí está, sentado ante un tribunal español, tratando de esquivar a la justicia helvética, amparadora de los paraísos fiscales que permiten a los poderosos eludir cualquier responsabilidad ante sus conciudadanos. La fiscal española ha acudido en su ayuda. También algunos altos cargos del ministerio de Hacienda en la etapa anterior al actual gobierno.
La fiscal Dolores Delgado ha argumentado: “No podemos castigar a aquellos que observando conductas delictivas donde trabajan las denuncian y las ponen de manifiesto a las autoridades”. A la vista del fraude que muestra la lista Falciani (equivalente al 2,5% del PIB de la zona euro, unos 300.000 millones de euros), la fiscal ha concluido: “Se trata de una vulneración sistemática de derechos fundamentales de los ciudadanos; se sustraen fondos que deberían ser destinados al interés general”. Irrefutable.
Antes que la fiscalía española, Falciani contó con la comprensión del fiscal de Niza, Éric de Montgolfie, quien ha explicado: “Intenté entender por qué un encargado de la seguridad de un banco se arriesgaba de esta forma. Me dijo que había propuesto al banco procedimientos que fueron rechazados porque esos procedimientos comportaban una gran transparencia. Y tengo la sensación de que la acogida de ciertos bancos al fraude fiscal era una de las causas de la crisis económica mundial que estábamos atravesando”.
Sin embargo, no basta. Ni en Francia ni en España ni en ninguno de los demás países a los que llegó la lista Falciani se pusieron sobre la mesas las tropelías que el informático había puesto a la vista de las autoridades y la justicia. El Italia fue un periodista el que decidió mostrar el rostro de 1.300 defraudadores y le persiguieron.
En el mejor de los casos (eso se hizo en España en la etapa del presidente Zapatero), se ha permitido regularizar cuantiosas fugas de capitales y a través de ellas se ha exonerado, por ejemplo, al más ilustre de los banqueros. Con la aquiescencia de los gobiernos y la judicatura.
Hervé Falciani, pese a las sospechas, ha hecho cuanto estaba en su mano. Y es perseguido por ello. Merece un monumento. Es mi ídolo. Un héroe. Pero las evidencias y el riesgo de las denuncias contra los quienes realmente mandan no bastan. Los héroes se quedan en el papel. O en un blog (los más modernos).
