Kim Thúy es vietnamita, del norte. Nació en Saigón en 1968. Su infancia estuvo marcada por la geografía y el calendario, por la guerra dentro de un régimen bárbaro y la invasión: la guerra de Vietnam es también la guerra de Estados Unidos, según se mire. A los diez años escapó con su familia en la bodega de un barco de refugiados rumbo a Malasia, donde sobrevivió a un asalto y a los disparos. Acabó, tiempo después, en Canadá. Allí ha sido costurera, intérprete, abogada, dueña de un restaurante, crítica gastronómica en la radio y la televisión.
De buena parte de esa rica peripecia da cuenta en Män (Periférica 2016), su segundo libro, en el que no hay épica sino ternura y un compendio de elementos que van del amor y el desarraigo, de la identidad y el matrimonio, de la feminidad y la cultura, de la amistad y la violencia, de la sumisión y la lealtad, de la gastronomía como lenguaje de las vivencias más hondas y la felicidad.
La narración busca la levedad, la insinuación, la sensualidad, la belleza. Relatos cortos que avanzan y retornan, pequeños cuentos entrelazados en los que sutileza y la emoción se impone a las costumbres y donde lo ligero se transforma en profundo. Esa es su poética. Todo se distancia y se sublima. Quizás el nombre de la narradora y protagonista lo diga todo: Män significa en vietnamita “enteramente colmada”, “que no tiene nada más que desear”, “a quien se le han concedido todos los deseos”. Tal vez sea eso.
Un libro breve y emocionante. El aval de Periférica me llevó a disfrutarlo y a comprobar, una vez más, que la sorpresa engrandece el descubrimiento. El marketing estorba. Kim Thúy (antes había publicado Ru) ofrece no solo las dificultades del camino y sus íntimas satisfacciones sino también un modo de narrar enraizado en sus orígenes.
Emocionante y bello.