Memoria de un tiempo de teatro

En aquellos años descubríamos con emoción un nuevo teatro al que apodamos Independiente. Goliardos, Tábano, el TEI; también Joglars, el Teatro Estudio Lebrijano, Akelarre, Dagoll Dagom… inauguraban un movimiento que animaba a la regeneración dramática y a la reivindicación política, espoleando a generaciones hasta entonces ajenas a la farsa oficialmente imperante y a algunos promotores dispuestos a asumir el riesgo inherente al mismo teatro.

thLas referencias de Valle y Lorca, la resistencia de Buero Vallejo desde dentro y de Arrabal desde fuera, la generación de los cincuenta (más leída que representada) encontraban la complicidad de Arthur Miller y el realismo norteamericano o de los Jóvenes Airados británicos, alguno de los cuales llegó a recibir cuatro décadas después el reconocimiento del Premio Príncipe de Asturias. Tuvo que llover. A cántaros.

Así conocimos a Arnold Wesker, que acaba de morir, compañero de Harold Pinter, John Osborne, Shelag Felaney y John Arden. Fue en 1973, gracias a La cocina que montó Miguel Narros en el Teatro Goya y que he recordado desde entonces con admiración por la sorpresa de aquel brillante montaje para una fábula sobre el poder y la sumisión.

kitchenMuchos años después tuve el placer de conocer a alguien que había participado directamente en la producción de aquel espectáculo. Fue emocionante. Era Daniel Galindo, el abuelo de Dani. Me regaló un programa de mano de aquellas representaciones y me pareció que la sencillez del díptico no guardaba relación con la brillante plasticidad que mi memoria guardaba de la representación. Y eso ratificó mi convicción de que había merecido la pena disfrutar de aquellos tiempos en los que algunos trabajos eran capaces de remover la sensibilidad y la conciencia. Gracias a gente como Narros, como Wesker o como el inquieto Daniel, que también murió hace ya algunos años.

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