Si la monarquía fuese una institución democrática, una vez sabido lo que sabemos, desde luego la española no podría considerarse como una institución representativa (tal vez, en teoría, la más representativa) del Estado español. Véase, si no, la información de la Cadena SER que, basada en otras fuentes, obliga a hacer preguntas, siquiera al viento:
¿Cuál fue el verdadero papel del rey Juan Carlos I en el 23-F?
Y para responder a la cuestión bastarían los audios del monarca y Bárbara Rey ahora conocidos. Ya no se trata de un folletín o un follón, sino de en qué desvergüenza reposa y descansa la primera institución de España.
Y ya que la transmisión del título no requiere más mérito que la pura y simple herencia, también deberían acogerse a ello las responsabilidades. Bastaría una pizca… de decencia.
Ahora bien, dado que la institución depende directamente de los dioses, habrá que responsabilizar a estos de sus despropósitos y desperfectos. El problema es que si ¿al señor juez quién lo condena?, a los dioses, imagínense.
O sea, que si por ellos fuera o fuese ahí estarían: ad aeternum o per omnia saecula saeculorom. A lo que se debe responder Amén.
En ese principio tan antidemocrático están sus majestades. Laus Deo.