Ante el estruendo de los tambores de guerra, un instante de silencio. En medio de los truenos que presagian la hecatombe, una mirada honda. En el fragor inevitable de la batalla, un refugio que aguante la respiración y fije la distancia. Sería conveniente, parece imposible. La guerra de Ucrania nos ha abocado a unas turbulencias de final imprevisible. Entender el pasado se torna imprescindible para confiar en un futuro con opciones ciertas, aunque difíciles, para algún tipo de reflexión y convivencia. Todo lo demás, caos.
Marta Rebón abona esas expectativas en El complejo de Caín (Destino, 2022), un texto breve pero intenso, en el que trata de explicar las tensiones acumuladas a lo largo de los tiempos en una parte del mundo que ahora amenaza al mundo entero. Y lo hace, fundamentalmente, no tanto desde la historia como desde la cultura, no tanto desde los intereses de los dirigentes que se han ido sucediendo en los países eslavos como desde el descubrimiento de los vínculos profundos que relacionan a sus gentes, a sus pueblos y a sus países. Para pensar en el futuro y para temerlo.
Lo que ahora ocurre es fruto del pasado, pero, sobre todo, de la comprensión de ese pasado: no tanto de las batallas como de los vínculos íntimos que creadores rusos, ucranios, polacos, bielorrusos… han ido significando a lo largo de los tiempos. Tiempos difíciles, pero contradictorios y, por ello, abierto en alguna medida a la esperanza. Si quienes deciden tuvieran tiempo de mirar atrás y a los lados.
Marta Redón ha escrito un libro imprescindible para entender el fondo de lo que ocurre y, tal vez, el trasfondo de lo que pueda venir. Para ver mucho más allá del campo de batalla.