La vida política sigue un rumbo inquietante. Tiempos… muy difíciles. A la izquierda le marcó el futuro la socialdemocracia; a la socialdemocracia, el liberalismo; a éste, la derecha; y a la derecha, la ultraderecha. Véase en Francia, Holanda, Gran Bretaña, Alemania…
En España se ha pregonado hasta la saciedad que el PP cerró las puertas a Fuerza Nueva o la reacción heredera (sin matices) del franquismo. Un eufemismo, con personajes como Fernández Díaz en el ministerio de Interior. Para que el mito desaparezca, debe ser, el propio partido ha decidido encumbrar, en Cataluña y en la Comunidad Valenciana, en este preciso momento, a dos líderes indiscutibles (por lo que significan) como Xavier García Albiol, con largo pedigrí xenófobo, e Isabel Bonig, que también tiene lo suyo.
Rajoy sigue los pasos de Sarkozy. Con ellos en el poder, la referencia de futuro es Marine Le Pen. Contendrán la furia… adelantándose a sus propuestas. Pero el problema no está tanto en los líderes como en la sociedad que los escucha, los acoge y los ensalza. En ese camino andamos.
Si el antídoto del nacionalismo (bien asentado) es otro nacionalismo (el que ahora se propone), susto o muerte, no habrá que esperar mucho más: la barbarie de la exclusión definitiva (los más pobres pagarán doblemente) está en camino, avanza, corre…
En Cataluña unos y otros, el nacionalismo secesionista y el PP, plantean para colmo la misma estrategia: unos u otros, unos contra otros. Está en su naturaleza.
Unos y otros reniegan de posiciones de izquierda o de derecha. Prefieren elecciones plebiscitarias.