
Dos personas caminan con prisas sobre la acera de la calle Real. El varón se detiene, se gira hacia su acompañante. Ella se siente interpelada por el gesto.
– Eso no lo digo por ti.
– Ya.
Vuelven a caminar. Él replica.
– ¿Entonces, por quién?
– Bueno. No por ti… exactamente.
Así es. Cada vez que alguien le dice a otro “eso no lo digo por ti”, el interlocutor debe añadir, como poco, “exactamente”.
