EL IMPERIO DE LOS PARECIDOS
El veterano cineasta estadounidense Jim Jarmusch parece derivar poco a poco desde su cine más rebuscado, capaz de entusiasmar a supuestos eruditos que se extasiaban con sus elucubraciones audiovisuales, hacia un estilo más accesible, popular –en el mejor sentido– y comunicativo, aun sin renunciar a alguno de los rasgos más definitorios de su forma de hacer películas: Paterson cuenta la vida cotidiana de una pareja cualquiera en una ciudad del estado de Nueva Jersey que curiosamente se llama igual que el protagonista de la cinta y que a su vez dio nombre a la más voluminosa obra del poeta William Carlos Williams, al que este admira profundamente. Primeros parecidos en una obra que basa en ellos buena parte de su capacidad de sugerencia, aparte del interés que ya de por sí ofrece la narración en primera instancia.
Paterson es el conductor del autobús municipal 0936, de la línea 23, que cada día sigue un ritual presidido por las similitudes. Despertar a una hora fija; intercambiar unas palabras cariñosas con su pareja, Laura; dirigirse a la estación donde lo espera su vehículo; oír las lamentaciones de un encargado siempre quejoso; conducir durante horas, oyendo conversaciones de pasajeros, entre los que indefectiblemente hay un par de gemelos, o de personas que lo parecen, y en los ratos libres, garabatear unos versos en un cuaderno secreto, reservado para ello; regresar a casa; enderezar el buzón de la correspondencia, que al final sabremos quién lo tuerce indefectiblemente; sacar a pasear a un perro gruñón pero en el fondo dócil; charlar un rato con el dueño del bar de la esquina y quizá con algún cliente mientras bebe una cerveza; volver al hogar, donde Laura lo anima a publicar sus poemas, mientras le cuenta sus propios sueños, al tiempo que decora todo lo que tiene a mano con motivos geométricos en blanco y negro: hacer negocio fabricando magdalenas caseras o comprar una guitarra para aprender a tocarla y llegar a ser una estrella del country…
Así un día y otro, rotulados de lunes a lunes, con letras que, igual que los versos de Paterson, se sobreimprimen manuscritas en la pantalla. Con muy pocas variantes e incidentes inesperados, que por eso mismo adquieren gran relevancia, aunque algunos de ellos chirríen un tanto, en términos de guion, como la amenaza de un amante despechado que de pronto esgrime un revólver en el mismo bar de todas las noches. Y, en medio, algunos de esos rasgos típicos de Jarmusch que apuntábamos al principio: las agujas del reloj de Paterson que avanzan a toda velocidad precisamente para indicar la larga duración de la jornada laboral, o los momentos en que las líneas de los poemas aparecen sobre el rostro de Laura y/o sobre una cascada que sirve de inspiración al autor y que rayan en la cursilería visual.
Pero todo es tan calmado, tan ordinario, tan natural –por decirlo de algún modo, seguramente inexacto–, parece tan captado de la realidad misma de esos dos personajes en principio anodinos pero tan ajustadamente interpretados por Adam Driver y por la joven pero ya experimentada actriz iraní Golshifteh Farahani, que se sale del cine con la agradable sensación de haber contemplado un trozo de vida, sin conclusiones, moralejas ni mensajes grandilocuentes… Con independencia del destino final de la obra literaria de Paterson y de los sueños de Laura. Definitivamente, se ve mejor el Jarmusch más físico que el Jarmusch de resonancias metafísicas.
FICHA TÉCNICA
Dirección y Guion: Jim Jarmusch. Fotografía: Frederick Elmes, en color. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: Sqürl. Intérpretes: Adam Driver (Paterson), Golshifteh Farahani (Laura), Chasten Harmon (Marie), William Jackson Harper (Everett), Frank Harts (Luis), Barry Shabaka Henry (Doc), Rizwan Manij (Donny), Johnnie Mae (esposa de Doc). Producción: Amazon Studios, Animal Kingdom, Inkjet Prod., K5 Film, Le Pacte (Estados Unidos, Francia y Alemania 2016). Duración: 118 minutos.
Todas las críticas de Juan Antonio Pérez Millán