Carmen Chuica ayudaba de pequeña a su mamá en las cosas de la casa y, sobre todo, en la cocina. Sin embargo, la madre deseaba para su hija una vida mejor y, por ello, decidió que abandonara Morropón, en el departamento de Piura, para estudiar administración en Lima, junto a su tía.
Cuando Carmen escuchaba a los profesores hablar de balances contables, de ingresos y gastos, de cuentas de pérdidas y ganancias, pensaba que la estaban explicando cómo picar una cebolla, cómo cortar las papas, cómo utilizar el ají…
Así que, aprovechando el dinero que la mamá la envió por Fiestas Patrias para comprar ropa, decidió matricularse en el Instituto de Cocina de Pachacútec.
Superó la selección previa y emprendió el camino que más le gustaba, pese al enojo de su mamá, que no quería verla sacrificada limpiando cacerolas y fogones, ajetreada y sacrificada para siempre. Fueron unos días en los que no se hablaban. Para ese final, pensaba la mamá, no hacía falta tanto esfuerzo.
El tiempo pasó. Carmen es feliz y su madre también lo manifiesta. Las vemos, junto a la abuela, organizando el banquete de bodas de la hermana mayor, preparando tamales, causas, pastas… en el Morropón familiar, austero y festivo.