
La dimisión del que ha sido, hasta ahora, el último presidente de RTVE marcaría un punto y final de la corporación, si no fuera porque la propia televisión pública ya ha vivido numerosos desahucios y más de un anuncio de muerte inminente.
José Manuel Pérez Tornero fue elegido a regañadientes mediante un pacto de la mayoría de las fuerzas políticas, tras un proceso de selección de candidatos repleto de anomalías, irregularidades y aplazamientos. Fue una selección no tanto salomónica como desesperada, que encumbró a un personaje con más ambición que capacidad de gestión.
El comienzo de esta etapa lo acogimos en este Lagar –el 25 de febrero de 2021– bajo este titular: RTVE se renueva: ¿en qué estaban pensando? Diez meses después, nuestra reflexión derivó del escepticismo al presagio: “RTVE: no va más”. Este 26 de septiembre… ¿por quién tañen las campanas?
Recordamos: “A la televisión pública no la legitima el rating o, si se prefiere, la audiencia en tanto que delatora del número de seguidores, sino la calidad de sus productos, su capacidad para generar contenidos estimulantes para una mejor vida colectiva y personal: más concretamente, de una información de calidad y un entretenimiento comprometido con los valores cívicos, el respeto a las personas, el aprecio de la cultural…”.
Ratificamos: “el problema (de RTVE) es de rumbo: de criterios y de gestión”.
Un repaso al pasado
Hubo un tiempo en el que la televisión pública debía generar buena parte de sus ingresos a través de la publicidad. No es así desde que el gobierno de Zapatero decidió entregar la tarta publicitaria íntegra a los operadores privados, precisamente en un periodo en el que, como culminación de un proceso de aparente despolitización de la televisión publica (amparada en la ley de diciembre de 2006, la calidad de los informativos e incluso del entretenimiento (en parte, al menos) de RTVE habían alcanzado aceptación y reconocimiento.
Sin embargo, todo se truncó al cumplirse el tercer aniversario del estreno. El fallo más grave propiciado por aquel gobierno del PSOE no estuvo tanto en la retirada de la publicidad como en la negación de una financiación pública suficiente. Las razones fueron espurias: de un lado, la presión de las televisiones privadas; de otro, la decisión del Gobierno de favorecerlas, convencido de que, una vez neutralizada la televisión pública, solo las privadas podían ofrecerle favores. La publicidad en exclusiva era el precio (o eso pensaban).
Había más: la neutralidad de la gestión desarrollada en la corporación y los resultados en prestigio y audiencia no podían ocultar las tensiones y enredos de un consejo de administración más pendiente de sus cuitas políticas que de la dirección profesional fijada desde la presidencia. La ley que impulsaba la nueva corporación había incorporado su propio caballo de Troya.
Por lo uno y con lo otro la crisis estalló. El presidente dimitió y se consumó el fiasco, aparentemente aplacado en los meses siguientes por la inercia generada y por una nueva dirección pendiente, sobre todo, del equilibrio y los paños calientes. La neutralidad de RTVE en los informativos y una significativa independencia en la gestión (aunque siempre supervisada por la SEPI; al fin y al cabo, ministerio de Hacienda) duró tres años; la prórroga alivió el batacazo, pero no evitó la caída.
El cambio de Gobierno, con el PP al frente, llevó a RTVE a tiempos anteriores, incluido el modo de elección del presidente. A partir de entonces, por unas causas u otras, “RTVE ha ido deteriorando su sentido y, al cabo de los años, está cada vez más cerca de perder su razón de ser”. En ello estamos.
Vuelta a la actualidad
La dimisión de José Manuel Pérez Tornero lo pone en evidencia. Los mecanismos de gestión a través de un consejo de administración más político que profesional y una presidencia incapaz de sobreponerse a las presiones del sector más beligerante del consejo –profesionales, en eso sí, de la intriga y la delación– han propiciado un final que desde hace meses anunciaban las luces de emergencia, cada vez más ostensibles.
Este no era el presidente que RTVE necesitaba. Pero el fiasco no es solo cuestión de un presidente. Con esa tropa (el formato del consejo de administración) y un rumbo al socaire de las mareas (una gestión de componendas), RTVE puede darse por muerta. Si no fuera, como queda dicho, porque la propia televisión pública ya ha vivido numerosos desahucios y más de un anuncio de muerte inminente.
Notas
Sin embargo, ahí quedan profesionales dignos del máximo respeto, perdidos, tal vez, entre el hastío y los manejos.
Y sin embargo, los medios públicos son tan necesarios como la sanidad pública o la educación pública, aunque ellos mismos hayan contribuido de manera casi irreversible a su propio descrédito.
