Propaganda que ofende

La propaganda política irrita. Y cuando se basa en el engaño, además, ofende. Mucho. Porque se hace a costa del dinero público y en contra del público que pone el dinero. Sin embargo, son tan frecuentes, aun en épocas de restricciones, recortes y sangrías de los servicios y las pagas básicas, que pasan inadvertidas.

Cuando el ministerio de Economía / Gobierno de España afirma que “el saneamiento de nuestro sistema financiero” se ha hecho “para que fluya el crédito hacia las pequeñas y medianas empresas”, el mero enunciado enoja o encabrona, según se prefiera.

Y cuando ese mismo ministerio de Economía / Gobierno de España concluye que “ha llegado el momento de que (…) usted consiga el crédito que necesita”, dan ganas de aplicar la justicia comunitaria boliviana al responsable de esa falacia, esa burla, esa indignidad: o sea, al ministerio de Economía / Gobierno de España.

Tal vez los periódicos estén agradecidos a dicha falacia en una época de amplia escasez publicitaria. También las cadenas de radio. E incluso las televisiones, donde no he visto la susodicha campaña, tal vez por el escaso tiempo que dedico a la televisión. Pero resulta indecente que el Gobierno que recorta todo lo que afecta a los derechos de los ciudadanos no impida este dislate o que nadie se lo eche en cara o que no haya, por lo menos, un órgano que nos proteja de la mentira.

Al contrario, se percibe excesiva colaboración. Hay otra campaña, de la Dirección General de Tráfico, en la que participan –que haya comprobado– las cadenas de radio y sus estrellas más mediáticas. Aconsejan al conductor que se ocupe de lo suyo, que nada le distraiga, que mientras conduce ni siquiera baje o suba el volumen de la radio. El spot parece concluir cuando aparece otra voz que habla de asuntos diversos. Entonces vuelve la estrella mediática a ratificar lo dicho: tenía razón, no había ninguna necesidad de modificar el volumen de la radio.

Ocurre, por el contrario, que las emisoras suben la potencia del volumen cuando empieza la publicidad. Entonces, ¿a quién defiende la DGT? ¿A quién las cadenas de radio y sus estrellas mediáticas? Al menos, en este caso.

 

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