Cada día que pasa hay un motivo más (o más de uno) para desconfiar de la actual alianza de Gobierno. Solo cabe una explicación para justificar la reincidencia en el error: la alternativa real se antoja aún más cruda que el desconcierto actual. La actual deriva del PP y la barbarie sin paliativos de su socio inevitable, Vox, son hoy por hoy el mejor aliado para sostener al actual ejecutivo. Aunque la coalición abrume, la alternativa es el caos.
¿Estamos a tiempo? ¿De qué? Quizás tan solo de alargar la llegada de los sectores más conservadores al poder mientras los partidos «de progreso» afrontan las consecuencias de las medidas que, como mínimo, no supieron explicar o que simplemente les sumieron en contradicciones de calado, como la cesión excesiva de la amnistía o la claudicación ante una derecha nacionalista, excluyente e incluso profundamente reaccionaria.
Alguien calculó mal las primeras concesiones y, sobre todo, nadie pareció prever que la deriva abierta a la búsqueda del poder inmediato abocaba a una cesión de principios fundamentales por parte de la izquierda no nacionalista y a duras penas admisible en democracias de referencia. Hubo una posibilidad de órdago: no somos iguales, el gobierno de un país no se subasta.
Se fio todo a la descalificación. Y eso, hoy por hoy, solo anticipa la próxima derrota. ¿Cuánto pagará el país por ese empecinamiento? ¿Cuándo comenzará el escalofrío? ¿Por cuánto tiempo? Sin conejo en la chistera, el trato no puede ser un truco. Alguien debería pensar en ello y poner las cartas sobre la mesa. ¿Qué hacemos, si no, en este barco? ¿Esperar a que el temporal nos lleve a la deriva?