Hace cinco meses, quizá algo más, Mario me regaló un libro porque recoge reflexiones y expectativas que él comparte, incluso auténticos objetivos vitales; es decir, sociales, económicos, políticos, sindicales… Así me vi obligado a leer Adiós al capitalismo, de Jordi García Jané, publicado por Icaria y fechado el 15M de 2031, porque con Mario me gusta debatir: es un tipo fundamentalmente honesto en sus planteamientos, en sus actitudes y en sus compromisos, e incluso empeñado en vivir como piensa que, dada la radicalidad de sus planteamientos y su congruencia para someterlos al cedazo de la confrontación con la pura realidad y la mera posibilidad, es asunto harto difícil. Tan arduo como estimulante para quienes percibimos la imposibilidad de la transformación radical que añoramos de la sociedad y quienes valoramos los esfuerzos –pequeños, por el ámbito en el que se circunscriben, aunque no por la tenacidad que reclaman y las aspiraciones que alientan– que invitan a confiar en que algo puede moverse e incluso prefigurar una realidad distinta.
Muchos de esos esfuerzos se ven reflejados en la segunda parte del libro y con los que Mario se siente especialmente identificado; tan identificado como que él mismo participa con plena dedicación en alguno de ellos. Sin embargo, la primera parte, la aparentemente más teórica, me pareció casi un sucedáneo de propuesta ideológica. Una persona escribe a otra recién incorporada a la actividad pública e incluso a la vida cómo es la sociedad instaurada en 2031 tras la implantación de las reivindicaciones auspiciadas por los movimientos ciudadanos surgidos, por decirlo de algún modo, del 15M.
El autor describe una sociedad en la que la participación política directa ha creado una serie compleja de estructuras que articulan la vida de los ciudadanos. Se trata, en realidad, de una recopilación de las propuestas que han circulado en los últimos años desde unas y otras posiciones que forman un conglomerado ecléctico, casi un conjunto disjunto, más que un modelo social. El resultado es más el fruto de la crítica del modelo imperante y la suma de las peras, las manzanas, e incluso los melones y las sandías, de las reivindicaciones espontáneas sustentadas por la ideología online y algún argumentario de tuiteros.
No se vislumbra una articulación teórica coherente y global ni un motor social capaz de transformar la realidad actual, que se da por conquistada, se supone, por arte de birlibirloque o por la potencia avasalladora del movimiento popular callejero. Así las cosas, la fundamentación de la propuesta se parece más a una carta a los reyes magos que un instrumento para la superación del modelo social imperante; tan imperante como el imperio que ha consolidado y que, pese a la falta de solidez de sus pilares conceptuales, no parece abatible por un Sansón desmelenado o por una conjura de esclavos, porque estos, que somos casi todos, estamos mucho más dispuestos a aplaudir al césar que a Espartaco. Y en el mejor de los casos, con el aplauso no basta.
Sin ese motor transformador, el concepto que adecue en estos tiempos la lucha de clases que amparo esperanzas anteriores, no hay rumbo ni expectativas, más allá de experiencias locales, de efecto marginal en lo inmediato, aunque de extraordinario valor simbólico y estimuladoras de un cambio por una vía más eficaz, por menos dogmática aunque fuertemente ideológica. Sin embargo, esta valoración de tales experiencias parece abocada, en el caso de una implantación más masiva, a una confrontación directa con el poder que garantiza el modelo de producción establecido y la articulación social y política vigentes y, lo que es peor, imperiosamente vigentes.
Y ante tal tesitura el texto no sólo elude el como llegar al paraíso sino también como los esclavos pueden sobrevivir con dignidad en esta realidad que les obliga a saberse derrotados. Y esa es, hoy, a mi juicio, la cuestión fundamental. Si el futuro se torna inaccesible, si la sociedad actual ha consolidado sine die un modelo inevitable, si la transformación se sitúa en el ámbito de la quimera, ¿nos vamos los que podamos a la huerta o empezamos a considerar que es digno y decente luchar por mejorar un poco, solo un poco, las condiciones de vida de nuestros congéneres, cercanos y lejanos?
Y aquí las respuestas acaban, por la razón que sea, dando más poder, si no más razón también, a los que mandan. Y eso no es culpa del libro. Solo faltaba.
