Salió el sol. La nieve de los últimos días había desaparecido. La mañana invitaba al paseo. Una luz imponente, un frío seco, nadie en el camino.
Salí sin rumbo por un territorio que apenas conozco. Conviene, en esos casos, moverse al resguardo de algunas referencias. Para no perderse, máxime cuando uno tiene probadas habilidades al respecto. Por eso me prevengo: suelo recorrer lo ya recorrido en orden inverso, cambiando el paso, las pausas, la mirada.
Me había sorprendido el paseo por la historia de Granara y sus instalaciones residenciales, culturales y ecoexperimentales, a través de las cuales uno de sus ilustres y escasos vecinos nos introdujo en las peculiaridades de este paraje que surgió con afanes libertarios y aún conserva buen número de actividades estimulantes.
¿Podría servir esta experiencia en otros ámbitos? ¿Merecería la pena proponerlo, no digamos intentarlo?
Por eso volví a recorrer los diferentes espacios públicos de este enclave singular. Las preguntas se mantuvieron donde estaban, pero atisbé una conclusión bien diferente:
Las cosas que conoces se disfrutan más cuando las miras de nuevo en dirección contraria y cuando revives, solo, las que has compartido con el recuerdo de quien te hizo disfrutarlas.