RTVE se renueva: ¿en qué estaban pensando?

Tanta espera no podía presagiar un final feliz. Los cambios anunciados en RTVE amenazan con convertirse en el parto de los montes: un ratón. A simple vista, del pacto PSOE-Podemos y PP eso cabe temer.

El nuevo presidente es un académico. Reconocido y reconocible por lo escrito, por lo producido y por lo dicho. Le avala, pues, su compromiso con la radiotelevisión pública y con sus potencialidades formativas. No es poco. Las reflexiones que desgranó ante la comisión del Congreso encargada de la preselección de los aspirantes a formar parte del nuevo Consejo de administración tienen sentido, pero, lo mismo en el antiguo ente que en la actual corporación, la distancia entre predicar y dar trigo resulta abismal. Gestionar esa maquinaria, orientarla, hacerla socialmente rentable no es tarea para un hombre solo.

Por eso, más que en quién va a encabezar las responsabilidades en los próximos años (si dios quiere) hay que fijarse en su Consejo de Administración. Y ahí saltan todas las alarmas. La nueva nómina de consejeros incluye personajes profesionalmente abyectos, tan despreciables como un delator de sus propios compañeros (los hay que lo han sido) o un traidor (ídem) a los principios deontológicos más elementales del periodismo. Para corroborar el sometimiento de los aludidos a intereses bastardos basta con poner sobre la mesa los cargos y los ingresos que han percibido a lo largo de los últimos años, con una u otra presidencia.

Una vez más cabe temer que el Consejo de administración vuelva a convertirse en un órgano de debate político y no en un órgano de gestión que sobre objetivos comunes impulse el desarrollo y la transformación de RTVE

Casualmente el acuerdo de PSOE-Podemos y PP se anuncia el mismo día en que El País publica No retiren el apoyo financiero a la BBC, un artículo de Mariana Mazzucato. Sin necesidad de compartir todos los aspectos que la catedrática de Economía de la Innovación y Valor Público del University College de Londres suscribe, su reflexión plantea un horizonte absolutamente ajeno a las características de la mayor parte de los integrantes del nuevo órgano de dirección de RTVE.

Lo que propone María Mazzucato (y lo que necesita RTVE, sobre todo desde que dejó de ser ente para convertirse en corporación) implica centrar la mirada en la capacidad y las competencias de gestión.

A la radiotelevisión pública se la ha evaluado desde aspectos muy parciales, aunque importantes, que la mayoría ha asumido como exclusivos: la neutralidad informativa; no la independencia, que esa solo la han querido algunos –no todos, ni mucho menos– profesionales de RTVE. En aras de ese único objetivo se convertía a la corporación en objeto de debate político y se desatendía el meollo de la cuestión: la gestión, el horizonte de los medios públicos en estos tiempos, su valor social, no solo en el aspecto informativo, sino en otros tan relevantes socialmente como unos contenidos que estimulen la actitud crítica, la creación cultural, la educación, la salud (en estos tiempos), la innovación digital… Y, por supuesto, una información sin cortapisas ni hostigamientos propios de inquisidores.

Ese modelo de gestión implica también aprovechar al máximo los recursos profesionales existentes, lo que puede requerir acciones quirúrgicas. No es posible justificar que plantillas tan numerosas ofrezcan una rentabilidad tan limitada con relación a los estándares establecidos por otras cadenas. (Lo cual no significa poner a estas como modelo, porque la productividad tiene que ser compatible como el respeto de los derechos laborales).

La gestión reclama recursos, pero también unos modelos acordes con la responsabilidad pública asumida. La retirada de la publicidad de RTVE se adoptó exclusivamente para beneficiar a las televisiones privadas. Y claro que se las benefició. Pero se hizo sin comprometer una aportación suficiente del Estado para desarrollar lo que una radiotelevisión pública en estos tiempos requiere: ese valor social al que se refiere María Mazzucato.

RTVE requiere una dotación estable y suficiente, de medio y largo plazo, para una tarea relevante y cada vez más difícil y, a la vez, más imprescindible, porque en el último decenio se ha difuminado e incluso opacado el impulso que significó la ley de 2006. Se ha perdido demasiado tiempo en demasiados frentes. Para corregir el rumbo hace falta una dotación económica que permita abordar una transformación sustancial de pautas y objetivos. Un soporte financiero dúctil, para eliminar rémoras y consolidar fórmulas de estímulo con capacidad de transformación de la realidad.

Hubo un tiempo en el que se planteó la construcción de una nueva sede. Aquello no equivalía a abandonar edificios con amiantosis, que la había, por lo que la iniciativa contaba con mayor motivación que la de quienes quieren abandonar los locales de la calle Génova por otro tipo de corrupciones. Aquella iniciativa implicaba apostar por la transformación de RTVE: desde su organización, sus medios, sus contenidos y toda la estructura de una corporación comprometida con la dinamización cultural y social de la sociedad que la mantiene.

Recuperar esa voluntad implica abandonar la tutela diaria y permanente de la SEPI –o si se quiere, del ministerio de Hacienda– y de unos mecanismos que convierten al presidente o la presidenta de la corporación, de mejor o peor grado, en una especie de tentetieso, sometido a los empellones económicos, políticos, mediáticos, sindicales y, si se quiere, hasta de los criadores de toros de lidia.

¿Quienes han llegado al pacto para designar al nuevo presidente y al nuevo consejo de administración de la Corporación RTVE estaban pensando en estas cosas? ¿Se las han planteado los elegidos? Muchos de estos últimos han sido, más que electos, agraciados. Y lo peor de todo es que por algo será.

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