Vaya semanita. El señor Obama culpa a la Europa de no frenar una crisis que “asusta al mundo”. ¡Por favor, una aspirina! La advertencia procede del representante del país que “acongojó” al mundo con sus tropelías financieras. El efecto de lo uno y lo otro, bien es cierto, lo pagan los ciudadanos. Sin embargo, hasta el momento, no cabe duda de que que todos estamos pagando los vidrios rotos por los norteamericanos y aún no parece tan cierto que todos vayan pagar por los que rompemos los europeos. ¿De qué se queja Obama? ¿Quién es él, a estas alturas, para hacerlo?
La indignación no es fruto de un chauvinismo europeísta, porque de ese nos estamos curando a marchas forzadas con la dirección que marca la propia Europa (o sus dirigentes o sus pueblos o sus ciudadanos o todos al mismo tiempo), sino del absoluto desencanto, o decepción, por alguien que ilusionó a muchos. Propios y extraños.
No respuesto de la excitación, Obama presume de la muerte de un dirigente de Al Qaeda en una operación ejecutada en Yemen y en la que fallecieron otras tres personas. El espejismo de la sofisticada ingeniería de los vuelos no tripulados o de las argucias para justificar la barbarie como una acción de guerra no pueden ocultar la realidad del asesinato. Luego habrá que dilucidar si El Aulaki era un bárbaro predicador de la violencia o un terrorista acreditado, pero su ejecución no admite matices.
¿Por qué la sociedad norteamericana confió en Obama? ¿Por qué alguna vez hay que confiar en algo? ¿Por qué confiaron en él muchos ciudadanos de todo el mundo? ¿Por lo mismo? ¿Ingenuidad o desesperación?
Hoy ya sabemos que el sustantivo se impone al adjetivo. Presidente de Estados Unidos de América / blanco o negro. Se acabó el racismo. ¿Será por eso por lo que todavía quedan adictos a Obama? Puede ser un argumento. Otros se consuelan con tonterías más gruesas.