Basta con observar el panorama informativo y el político, en tantos aspectos coincidentes, para concluir que estamos en la sociedad del pre–juicio. Todo se resuelve a través de los tribunales, supervisores tan inquebrantables como interesados de la vida pública, enfangada por el encono de quienes aspiran al poder impune.
La reflexión pública comienza por el final. El proceso argumental no conduce a la norma, sino que es la norma preestablecida la que orienta el razonamiento. O ni siquiera eso. La distinción en el debate púbico de las diferentes opciones posibles no es el resultado de la reflexión que aúna sino del interés que enfrenta.
Ahí estamos. Si lo que importa no interesa, lo que interesa no importa. Así andamos: a garrotazos.
Porque, como escribió Mariam Martínez-Bascuñán en El País. “cuando la política se defiende así, a puñetazos, tal vez sea porque todo ha cambiado ya para siempre. Acaso, sin saberlo, ya hemos perdido”.