Uno. Al candidato más verosímil le dio un ataque de coherencia y, tras amenazar con decir sí, decidió decir no o, tal vez mejor, hasta luego. La foto con Marcial Dorado estaba en la relación de asuntos pendientes de las redacciones y la afluencia de candidatos hacía presagiar la furia del fuego amigo.
Dos. Al cambio generacional le amenaza un proceso judicial que le vincula con personajes de conducta indudable (eufemísticamente, de conducta dudosa) y le asegura un taburete, si no el banquillo, por tramposete o tramposillo. El aluvión de firmas ratifica su poder de convalidación.
Tres. A la secretaria general le sobra, sin entrar en cuestiones maritales, conocimiento sobre las sombras del partido y acumula múltiples motivos para el agradecimiento, por lo que no se debe descartar una indemnización en diferido. Su encanto es arisco.
Cuatro. A la vice se le acumulan los puntos de la herencia legada a los usurpadores del gobierno y sus socios etarras e independentistas –de lo que tanto presume–, pero también asume su denodada complicidad con el señor que sobre la tumbona fumaba puros.
Cinco. Al que llegó de Bruselas con aires templados y una edad digna de descanso no se le conoce pedigrí partidario, aunque cuente con la aquiescencia de algunos medios que siempre agradecen la existencia de versos (medio) sueltos.
Seis y siete. A los otros dos candidatos –añadidos para completar la convocatoria marxista (“y dos huevos duros”)– les interesa, o eso parece, más que la victoria un lugar a cobijo al sol que más caliente; o al que lo parezca. Ambos conocen lo que es pasar por un juzgado o un proceso. Currículo, pues, no les falta
Con los siete jinetes en carrera, para el PP se le anuncia ¡la mundial!. O si se quiere, ¡un sindiós!
Podría tratarse del gran premio del apocalipsis.