CREENCIAS Y APOSTASÍAS
División de opiniones ante la nueva película del maestro italo-neoyorquino Martin Scorsese, que ha conseguido adaptar por fin, después de muchos años de darle vueltas al asunto, la novela «Silencio» (Chinmoku) del escritor católico japonés Shusaku Endo, publicada en España por Ediciones Sígueme, de Salamanca, en 1973, actualmente en el catálogo de Edhasa y que ya había sido llevada al cine en 1971 con el mismo título por el también japonés Masahiro Shinoda.
División de opiniones que, como en muchas otras ocasiones, no tiene tanto que ver con la calidad intrínseca del filme como con el punto de vista que adopta al plantear su argumento y con el que posea el espectador que se enfrenta a él.
El fondo de la cuestión, en realidad, es bastante sencillo y no hacían falta casi tres horas para desarrollarlo. Los autócratas de una sociedad feudal extraordinariamente autoritaria no están dispuestos a que su población, básicamente campesina y sometida por necesidad y por tradición, reciba la influencia de una ideología invasora de ambiciones universalistas y por tanto disolvente para el desorden establecido como la que representaban los misioneros que recalaron en Japón a comienzos del siglo XVI. En consecuencia, desencadenaron una feroz represión que obligaba a estos pero también a sus súbditos a abjurar de la nueva religión entre feroces torturas y asesinatos en masa.
Scorsese, hijo de una familia muy religiosa y seminarista él mismo en su juventud, parece volver a sus orígenes, que había tanteado antes desde perspectivas muy distintas en títulos como La última tentación de Cristo (Tha Last Temptation of Christ, 1988) o Kundun (1997). Ahora, en colaboración con su coguionista Jay Cocks, con quien ya trabajó en La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993) y Gangs of New York (2002), asume de entrada el esquema epistolar de la novela original, lo que le permite introducir no pocas reflexiones y mensajes difíciles de materializar en imágenes y que continuará con insistentes voces over del principal protagonista, de otro narrador introducido al final e incluso del mismísimo dios cristiano, para narrar una historia con aspecto externo de aventura. Dos jóvenes jesuitas portugueses, Sebastião Rodrigues y Francisco Garupe, viajaron a Japón hacia 1630 en busca de quien había sido su profesor y mentor, Cristovão Ferreira, del que se contaba que había sucumbido a las torturas, apostatando, casándose y viviendo como un japonés más.
La descripción del viaje resulta algo premiosa, pero una vez cerca de su destino, y al contemplar las atrocidades de la autoridad encarnada por una especie de gobernador o inquisidor –que, por cierto, hace pensar en que apenas dos siglos antes la iglesia cristiana había quemado en la hoguera a Juana de Arco por desobedecer sus órdenes–, los dos viajeros inician una discusión que constituirá el núcleo mismo de la cuestión, prácticamente hasta el final: si, como sostiene la jerarquía eclesiástica, es preferible para un creyente dejarse matar que renunciar públicamente a su fe, o si, como defiende premonitoriamente el cura Rodrigues, es mejor hacer un gesto puramente simbólico de apostasía –pisar una imagen religiosa, escupir sobre un crucifijo o insultar a la virgen María– con tal de salvar la vida propia o la de los demás.
En Silencio –título que se refiere obviamente al mutismo de dios ante la brutalidad de algunos hombres, incomprensible para quienes creen en él–, Scorsese pone toda su habilidad narrativa al servicio de esa peripecia apologética, aunque se permite licencias impropias de él, como varios planos cenitales innecesarios, algunos movimientos de cámara o incluso de cámara lenta demasiado enfáticos y, sobre todo, la transformación del rostro del protagonista, que en un momento de delirio cree verse reflejado en el agua mediante la estampa de un ecce homo que volverá a aparecer en otros momentos.
Con todo, una vez queda claro que no se trata de una reflexión sobre la validez o no de determinadas creencias, sino solo sobre si estas permiten la falsedad de ese gesto formal que en el fondo no las afecta –puesto que se mantienen incólumes a pesar de las apariencias–, para quien no comparte dichas creencias la exposición que de ellas hace el cineasta resulta tediosa, reiterativa y por encima de todo, irrelevante en sí misma. Lástima que uno de los grandes clásicos del cine actual haya caído en la trampa conceptual que ya había tendido la novela. Con un título, por recordar la anécdota, que impidió que Pedro Almodóvar lo utilizase para su última obra, cambiándolo a última hora por el de Julieta.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Silence». Dirección: Martin Scorsese. Guion: Jay Cocks y Martin Scorsese, sobre la novela homónima de Shusaku Endo. Fotografía: Rodrigo Prieto, en color. Montaje: Thelma Schoonmaker. Música: Kim Allen Kluge y Kathryn Kluge. Intérpretes: Andrew Garfield (Sebastião Rodrigues), Adam Driver (Francisco Garupe), Liam Neeson (Cristovão Ferreira), Yosuke Kubozuka (Kichijiro), Issei Ogata (Inoue), Tadanobu Asano (intérprete), Ciarán Hinds (Valignano), Shinya Tsukamoto (Mokichi). Producción: Cappa Defina Prod., Cecchi Gori Pictures, Fábrica de Cine, SharpSword Films, Sikeila Prod., Verdi Prod. y Waypoint Ent. (Estados Unidos, Italia, México y Japón, 2016). Duración: 160 minutos.
Todas las críticas de Juan Antonio Pérez Millán