
EL CONTROL PLANETARIO
El veterano cineasta estadounidense Oliver Stone (Nueva York, 1946) mantiene atenta su mirada crítica sobre los acontecimientos más destacados de su país y de otros en los que este ejerce o ha ejercido demasiada influencia. A títulos como Wall Street (1987) y Wall Street 2 (2010), Nacido el 4 de julio (Born on de Fourth of July, 1989), JFK (1991), Nixon (1995), o World Trade Center (2006), por citar algunos de los más conocidos, habría que añadir Salvador (1986), Comandante (2003), Castro in Winter (2012) o Mi amigo Hugo (2014), entre otros, para recordar cómo el cineasta ha fijado alternativamente su atención en los grandes problemas que afectan directamente a Estados Unidos y en aquellos otros en los que se acerca a figuras que han cuestionado el poderío de la gran potencia, del temible hermano del norte, sobre pequeños países que, con mayor o menor fortuna, ensayaron fórmulas alternativas a la voracidad del gran capital representado por aquel.
Todo esto ha hecho de Stone una figura poco grata para la crítica más conservadora de su propio país, así como la de otros muchos que siguen su estela, y que, amparándose en aspectos como la tendencia del autor a la ampulosidad expositiva, al uso excesivo de grandes efectos visuales y sonoros o a la introducción en sus obras de mensajes y moralejas demasiado evidentes y poco matizados, lo descalifican como analista de algunos de los grandes temas que han afectado a la humanidad en el último tercio del siglo XX y lo que llevamos vivido del XXI.
En Snowden, Stone une esas dos grandes líneas que han articulado su filmografía y encadena el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York con la puesta en marcha del mayor sistema de control planetario de comunicaciones oficiales y privadas, colectivas e individuales. Una operación de auténtico espionaje puesta en marcha por las centrales estadounidenses de seguridad y de eso que llaman inteligencia, con el beneplácito y aun el estímulo de los poderes políticos teóricamente democráticos pero en el fondo al servicio de los económicos, para apoderarse del universo de las comunicaciones y que ha sido –y es de temer que siga siendo– capaz de someternos a todos y en cualquier rincón del mundo al dominio de sus mecanismos de vigilancia y represión. El resultado es de sobra conocido: una pérdida constante y progresiva de libertades, en el sagrado nombre de la seguridad… Que por otra parte está demostrado que no es tal, dado que desde que se pusieron en marcha esos sistemas a partir de la caída de las torres han
proliferado las guerras más crueles e interminables y se han multiplicado los atentados de todo tipo en muy distintos países. Si lo que pretendían los cerebros de aquel hecho atroz era sembrar el caos en el mundo, a fe que lo están consiguiendo, con la complicidad indirecta de quienes dicen combatirlo.
De todo esto habla la película, con el pretexto argumental del recorrido de un personaje concreto, el joven Edward Snowden, que después de un accidente militar decidió entrar a formar parte de una de esas agencias estatales, por espíritu patriótico y afán de servir a unos ideales que creía suyos. Un pardillo conservador, al decir de su novia, que poco a poco fue tomando conciencia del horror imperante en el universo en el que se había introducido, y decidió contarlo todo como forma de liberarse de culpabilidad y hacer lo posible para que el conocimiento público de sus interioridades ayudase a detener esa maquinaria infernal.
El guion de la película está basado en dos libros sobre esos hechos y empieza escenificando el rodaje del documental Citizenfour (2014), realizado por Laura Poitras en Hong Kong y en presencia del periodista Glenn Greenwald, de «The Guardian», que darían a conocer detalladamente las revelaciones del protagonista. A partir de ahí, y consciente de poseer una documentación demoledora, Oliver Stone desarrolla una narración eficaz, fluida y sin grandes aspavientos, reservando su conocida debilidad por los efectismos para momentos muy concretos del relato y apoyándose en una galería de intérpretes, algunos conocidos y otros menos, pero igualmente sólidos en su aportación a una historia de gran trascendencia internacional. Sin que se pueda llegar a decir que se trata de un filme didáctico, el desarrollo y desenlace de Snowden responden perfectamente –por una vez y sin que sirva de precedente– al subtítulo o quizás eslogan publicitario que le ha adjudicado la distribuidora española: «Todos estamos vigilados».
FICHA TÉCNICA
Dirección: Oliver Stone. Guion: Kieran Fitzgerald y Oliver Stone, sobre los libros de Luke Harding, «The Snowden Files» y Anatoly Kucherena, «Time of the Octopus». Fotografía: Anthony Dod Mantle, en color. Montaje: Alex Marker y Lee Percy. Música: Craig Armstrong. Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt (Edward Snowden), Shailene Woodley (Lindsay Mills), Melissa Leo (Laura Poitras), Zachary Quinto (Glenn Greenwald), Nicholas Cage (Hank Forrester), Scott Eastwood (Trevor), Tom Wilkinson (Ewan MacAskill), Rhys Ifans (Corbin O’Brien). Producción: Endgame Ent., Vendian Ent. y Krautpack Ent. (Estados Unidos, Francia y Alemania, 2016). Duración: 134 minutos.
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