
Ayer se celebró el debate más representativo de la televisión pública, el de los siete. Tumultuario, inútil. Despreciado por los propios espectadores, Ni medio millón. Ni 5 puntos de share.
El gran debate de esta campaña electoral, el único que libraron los cuatro principales candidatos, contó –bien es cierto que a través de las diferentes cadenas, que coparon la audiencia del prime time con un único programa– con doce millones de espectadores. Sin embargo, nadie lo recuerda. Los mismos dirigentes eligieron, a través de sus equipos, la fórmula a seguir. Y optaron por el viejo sistema, de turnos y de tiempos, amparados por quienes aún preconizan el valor de este tipo de debates ya pasados de época.
Monólogos, sin apenas conflicto, inanes, martilleados con una idea única: algo bueno habremos hecho, el cambio lo impidió el mismo que ahora lo proclama, mejorar sin sobresaltos o el mundo es nuestro, dicho sea según la disposición de los debatientes sobre el plató.
Y tres espectadores de excepción: un periodista mientras pudo, una conductora de informativos y un atribulado invitado sin pinganillo.
Alguien dijo, en medio de la anterior campaña, que nunca más volverían aquellos debates del turno, el cronómetro y el tedio. Profeta él. Y que no habría modo de impedir el nuevo torbellino de la nueva era de la nueva política y hasta de los nuevos medios. Y mejor hubiera sido ahorrarse el espectáculo venidero.
Se han obviado los detalles del fiasco y las extrañas coincidencias que se dieron durante las negociaciones, preludio de sus propias expectativas. Personas que participaron en los preparativos, sin representar a partido alguno, aseguran que en aquellas reuniones Ciudadanos y PSOE se sintieron en un cepo, desde el que pudieron anticipar la estrategia de sus rivales. Por su parte, PP y Podemos se limitaron a ganar los duelos A muerte, pero juntos. Por eso, los pactos se sellaron en varias ocasiones en el mismo coche de regreso a los respectivos cuarteles. Casualidades o simplemente un ejercicio de gente bien educada, solícita y atenta. Viejas cosas de la casta.
