
Se sentaron tres formaciones a la mesa y no fueron capaces de alumbrar ningún acuerdo. Solo ellas son responsables del fracaso. No hay inocentes.
Ciudadanos jugó sus bazas en el territorio de la táctica. Las elecciones le habían confinado a un papel subalterno al del principal partido de la derecha. El PSOE le ofreció un reconocimiento inmerecido: el de regenerador de la gran tentación conservadora en la que confluyen los grandes intereses económicos, las fuerzas supranacionales y la inexistencia de una alternativa a esa hegemonía irremediable.
El PSOE siguió ensimismado en su propio laberinto: buscando el poder sin riesgo ni gloria, exigiendo a los ciudadanos que respeten su pasado como valedor de las políticas posibles de progreso, pero negándoles cualquier compromiso alejado de las exigencias de los poderosos.
Podemos quiso, primero, marcar el tablero y, a la postre, romperlo. Su arrogancia acabó dando la razón a quienes los miraban con recelo. Pudieron buscar complicidades y tender puentes, pero los negaron, avalando las peores sospechas de los sectores psoecialistas más recalcitrantes y las de quienes esperaban otras actitudes de confluencia (dentro de los círculos, en la Izquierda Plural y en algunos socios de cartel) en pro de compromisos inequívocos, concretos, ciertos, contra los más graves problemas de la sociedad.
Triple fracaso. Con aspectos irreversibles.
El señuelo regenerador de Ciudadanos pertenece al pasado. No servirá ya ni como eslogan.
El PSOE ha hecho tabla rasa de su historia: el pedigrí transformador del que aún pretende blasonar ha perdido toda su vigencia. Solo puede labrar su rehabilitación en silencio; es decir, muriendo.
Podemos es una nueva fuerza para un viejo escenario: el de la lucha por el poder bajo el señuelo de los intereses ciudadanos. ¿Le interesa a alguien? Tuvieron oportunidades de proponer caminos estimulantes, no quisieron.
Este triple fracaso corre el riesgo de haber agostado en una primavera las expectativas que la indignación social reclamó durante muchos años.
Podemos estaba obligado a jugar limpio y ha demostrado que está gobernado por tahúres que recurren a las mil estratagemas de quienes han concebido la política como un juego (de tronos o de tretas). Han dado bandazos en sus propuestas programáticas, en su estrategia, en sus modelos de organización, en sus compromisos y responsabilidades, eludiendo sus flagrantes contradicciones a través de subterfugios; confiriendo, por ejemplo, valor democrático a las respuestas prefijadas mediante la utilización equívoca y falaz de las preguntas.
Hubo un tiempo en el que la política buscaba respuestas a las necesidades de la gente. A medida que el poder se fue difuminando en instancias ajenas al control ciudadano, la política encalló ante su falta de autonomía. En este nuevo tiempo, frente a la hegemonía de los poderes no democráticos y a la ausencia de respuestas sólidas por parte de los partidos, los actores políticos solo aspiran a disputar entre la agenda e imponer las preguntas para hacernos creer que pueden cambiar la grosera realidad.
Y en esta tesitura están proponiendo que… votemos.
(Si algún lector echa en falta alguna consideración acerca del PP, estará en su derecho; pero con esos no se va a arreglar nada).
