Aquel hombre bueno sufría de timidez y halitosis, que le sumían en periodos transitorios de ira y depresión. Hubo quienes, ajenos a las circunstancias de su carácter, llegaron a considerarle un dirigente autoritario, aunque ayuno del furor dictatorial de Negrín y otros coetáneos provocadores.
A aquel buen hombre la Academia de la Historia le ha devuelto a su pedestal. Pura ciencia.