Un reencuentro a destiempo para recuperar músicas y emociones

Comparto la reflexión de Fernando Aramburu sobre la novela póstuma de Gabriel García Márquez, aunque –parece obligado confesarlo– corrí a buscarla a primera hora del día en que se puso a la venta y la concluí esa misma mañana antes del almuerzo. La lectura se fue tiñendo con un doble sentimiento: la alegría de un reencuentro deseado, aunque traicionero –conocida la voluntad del propio autor–; el hallazgo de momentos y melodías reconocibles frente a la constancia de otros instantes más rutinarios; un último sabor de boca cubierto de nostalgia y, por ello, ilusorio. Pese a todo un encuentro evocador de lo que con Gabo disfrutamos.

En agosto nos vemos (Random House, 2024) será superventas como los otros libros de Gabo que ocupan un estante predilecto de mis estanterías. Esta vez, con motivo ajenos a la voluntad del escritor y a los valores de la narración. Las interferencias confunden, porque, al menos a mí, impiden un análisis ajeno a cualquier prejuicio, adicción o fanatismo. Pese a todo, me alegra haberla leído. Por fas o nefas he revivido lecturas que han sido un referente imprescindible y un estímulo para valorar las tachaduras.

Demasiada introducción para esconder una reflexión serena. Para una obra menor, por su volumen, con momentos mayores. El realismo mágico del planteamiento y los comienzos sorprende en las últimas líneas. La música acompaña muchos momentos. Y por eso, por lo revivido, me alegro de haber sucumbido a la emoción de un libro inesperado antes que a las dudas que alentó su autor.

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