Hubo una vez un crítico literario muy reconocido que acabó fuera del periódico en el que publicaba sus trabajos tras la crítica descalificadora de un libro en el que la editorial, perteneciente al grupo del diario, había depositado numerosas expectativas. El crítico era Ignacio Echevarría; la editorial, Alfaguara; el periódico, El País; la novela, El hijo del acordeonista; su autor, Bernardo Atxaga.
Lo he recordado tras leer la crítica de Jordi Gracia, publicada también en El País, sobre la novela ganadora del último premio Planeta, firmada por la periodista Sonsoles Ónega y titulada Las hijas de la criada. La crítica es despiadada y afecta no solo al texto y a la autora sino también al jurado del premio, al que el crítico pone en fila y en entredicho. A la premiada quizás le duela menos, en la medida en que un millón de euros tal vez alivie el enojo.
No son casos iguales. En el primero la crítica abundaba en argumentos no solo literarios sino también ideológicos y políticos, mientras que en el segundo todos pertenecen a lo estrictamente literario. En aquel, el autor gozaba de un reconocido prestigio (Obabaoak), que su producción posterior acrecentó. En el segundo, los precedentes no preludiaban la gloria académica.
Estas críticas despiadadas no iban a detraer a muchos lectores de la novela premiada, porque la editorial y los medios que controla o a través de los que influye garantizaban el éxito comercial. Para revertir las previsiones, cabe pensar que las ventas se acrecentarán tras ver a la reina de España haciendo cola durante 40 minutos en un centro comercial para dar un abrazo público a su amiga, sellado con la firma de un ejemplar por parte la autora denigrada. Un gesto terrenal que expresa un afecto sin protocolos, tal vez digno de mejores causas, pero reconocible y loable.
Una amiga –ese podría ser el significado– está por encima de dimes y diretes e incluso de juicios implacables. El gesto de la amiga Letizia trastoca el debate.
Sin esos 40 minutos de cola y ese abrazo emocionado en público, cualquier persona que leyera Las hijas de la criada, y le gustara el relato, ¿a quién se lo podría contar sin ponerse en evidencia (literaria)? La reina ha corrido ese riesgo. Ha preferido ser una amiga fuera de palacio.
El libro seguirá siendo, no obstante, pese a todos sus aperos, seguirá siendo nada más que un libro.