
Cuánto esfuerzo para acabar con las opciones de una izquierda razonable. Con la viabilidad de una coalición, difícil pero irremplazable y, en consecuencia, necesaria.
Cuánta terquedad para romper el compromiso común en un asunto tan prioritario, tan necesitado de complicidades más allá de la pureza ideológica o el afán de sacar pecho aún a costa de lo conveniente.
¡Qué vergüenza! En esa tesitura muchos ciudadanos se han visto forzados a la abstención en este asunto concreto, como ya han puesto de manifiesto algunas formaciones minoritarias. Eso, por ahora. Porque, si este conflicto evoluciona hacia otro mayor –y eso cabe presumir a tenor de los discursos arrojados desde la tribuna parlamentaria–, esa abstención puntual puede abocar a otra más general y, tal vez, definitiva.
Si el acuerdo de las dos formaciones que integran el Gobierno no se considera imprescindible en temas trascendentales, ¿tiene sentido seguir avalando a quienes se ven incapaces del compromiso en cuestiones tan graves? Nadie ajeno a las posiciones apriorísticas o al fanatismo grupal puede comprender el desacuerdo. Si en un asunto como este no cabe la negociación para una solución acordada, tal vez muchas personas sientan la tentación de renegar de su confianza en lo que pudo parecer una izquierda posible.
Son demasiadas las personas que han llegado a la abstención como forma de expresar su descontento con unas formaciones más dadas a la trifulca que a la cooperación; entregadas a un modelo de acción pública en el que prima el guirigay por encima de los argumentos. El encono y la descalificación ofenden y expulsan al razonamiento.
Llegados a ese punto entre los que se consideran próximos, ¿tiene sentido seguir confiando en la razón?
Reflexiones concretas
¿No entiende el PSOE que los efectos no deseados de la ley del solo el sí es sí ya son inevitables? ¿Que una nueva ley no evita la reducción de penas para quienes cometieron delitos antes de la reforma de la ley? ¿No entiende, en fin, que sus argumentos carecen de sentido, salvo que la tipificación de los delitos y la reducción de penas en algunos supuestos no se puedan calificar de efectos indeseados?
¿No entiende Podemos que la reducción de las penas aplicadas por buen número de tribunales es una consecuencia de la ley que ellos auspiciaron? ¿No entiende que, frente la agitación desvergonzada de la derecha, ellos han sido incapaces de trasladar a la sociedad una argumentación asumible y válida para la reducción de penas en determinados casos? ¿O solo han convencido a su propio orgullo puritano?
¿No entienden unos y otros la desafección que provocan entre quienes hasta ahora los han querido juntos?
¿Alguien cree que este espectáculo puede beneficiar a alguno de los contendientes?
Más aún: ¿alguien ha pensado que este espectáculo puede beneficiar a las mujeres?
La actitud de los grupos de la derecha merece un exabrupto. Pero hoy también lo reclama, sobre todo, el gobierno de a dos.
¡Qué asco!
