
Quiso ser una broma después de una tarde de complicidades y alcohol. El equipo de grabación celebraba el final de su último trabajo. Perdidas las formalidades del rodaje, al aprendiz de camarógrafo le sorprendió la limpieza y el buen orden de la dentadura del jefe del grupo.
– Es postiza, le advirtió el productor.
El joven operador, aparentemente distraído, creyó que se trataba de una broma. Hasta que el portador del aparato puso en su mano la prótesis dental. Todos rieron al observar el azoramiento del joven, que, para sobreponerse al ridículo, recordó que algunos finales de rodaje los festejaban lanzando globos al aire inflándolos con una bombona de helio arrinconada en la terraza. Y así, en su desconcierto, decidió inflar el globo y atarlo a la dentadura de marras. A volar.
Cuando el productor observó cómo el globo y su dentadura navegaban vía aérea, alejándose de la terraza, más atónito que furioso, gritó.
– ¡Imbécil! ¡Son mis dientes!
Esta vez el objeto volador no era una broma. Ni formaba parte del festejo. Los partícipes de la celebración, compañeros de faena, dudaron por un momento entre enojarse o reír. La dentadura volaba cada vez más lejos. El productor se echó a la calle, a favor de viento, rumbo al mar. Algunos miembros del equipo corrieron a acompañarle.
El objetivo se hizo inalcanzable.
Mas, de repente, el viento roló 180 grados hasta ponerse en dirección contraria a la que había marcado hasta entonces. El globo regresaba al punto de su lanzamiento El chaval artífice de la voladura encontró junto a la bombona de helio la escopeta de balines con la que solían abatir a los globos una vez puestos en órbita o a los pájaros que se posaban en la terraza. El muchacho empuñó el arma y, cuando el globo en el que viajaba la dentadura voladora se asomó al otro lado de la terraza, disparó.
No le tembló el pulso. El objeto volador perdió velocidad y altura hasta precipitarse sobre un tejado próximo. Tardaron en recuperar la prótesis. Cuando el productor regresó a terraza, el ayudante de cámara ya había desaparecido. Y así siguió. Durante años.
El viento del oeste salvó al productor de convertirse en un desdentado. Si la brisa no hubiera rolado, rumbo al sur, la prótesis habría volado hasta lugares inaccesibles; primero, al bosque y, más allá, al mar. Sin aquella circunstancia, el ayudante de cámara no habría podido abatir al globo de helio cuando volvió a sobrevolar la terraza desde la que todo el equipo había vivido el estupor de una broma que pronto pareció excesiva.
Pasados los años, aquel episodio dio motivo a múltiples carcajadas. Y pasó a formar parte de historias de la tele.
