Vencer por convicción, no por conveniencia

La ley de Amnistía está ahora sobre la mesa. Es el momento de tramitarla y valorarla. Sin embargo, esa fase parece haber quedado atrás. El ruido que han generado sus opositores y, paradójicamente, el silencio de sus promotores no solo va a acompañar al proceso en marcha, sino también a los próximos meses e incluso años, con el consiguiente deterioro que generan la dicotomía, la crispación y hasta el enfrentamiento social.

A estas alturas caben pocas dudas: la política española se ha adentrado en una absoluta incertidumbre a raíz de una iniciativa que sus promotores pretenden justificar en aras de una mejor y más serena convivencia. Un objetivo que se antoja ya como una causa perdida. Antes de haberse puesto oficialmente en marcha.

Resulta difícil precisar la gravedad de esta situación y sus efectos, pero cabe anticipar que los tiempos que vendrán estarán cargados de desasosiego, de fractura social, de encono. Será el fruto de una oposición que ha forzado los límites de la legítima confrontación de ideas para descalificar y vituperar al adversario político, pero también será el fruto de un proceso huidizo y fullero que ha forzado a la otra parte del electorado a taparse la nariz e incluso a relegar los principios morales en aras de intereses supuestamente políticos.

Frente a las certezas de una oposición frustrada por su derrota electoral, en amplios sectores razonables se acumulan las dudas, especialmente alentadas por quienes se niegan a escamotear los principios en aras de respuestas pragmáticas a dilemas que obligan a elegir con la nariz tapada.

Las dudas se acumulan. El país y El País se han visto involucrados en interrogantes que tal vez nunca se habían presentado con tanta evidencia. Al margen de los editoriales –bastante más condescendientes con la oficialidad gobernante–, las columnas del diario alimentan la perplejidad y el conflicto. A modos de ejemplo, véanse:

Máriam Martínez Bascuñán. España, la tuya o la míaJordi Amat. Pedro Sánchez y la ‘Operación Tiesto’; Fernando Vallespín. Un relato falso y victimista;(en la versión digital se precisaba «El PSOE compra un relato falso y victimista); Soledad Gallego Díaz. No era necesario (en el periódico impreso el titular era más amplio: “El acuerdo PSOE-Junts resulta incómdo, no por la ley de Amnistía, sino por el relato que respalda”; Javier Cercas. Mandarlo todo al diablo; Berna González Harbour. El unilateralismo ha muerto. ¡Vivan los mundos paralelos!; Tomás de la Quadra Salcedo. Adanismo y Constitución.

Y así sucesivamente…

Esta vez no basta con acudir a los pensadores oficiales y afines, porque la duda también se ha instalado en sus senos. Hace falta sopesar los argumentos a uno y otro lado de un tablero en movimiento. Asumir que la crispación se ha instalado muy por encima de lo razonable; que lo políticamente conveniente no legitima de manera mecánica la conculcación de principios morales; que en esta tesitura resulta imprescindible implicar al ciudadano en la acción política y que eso exige una transparencia hasta ahora negada e incluso un nivel de argumentación que respete al que discrepa. No es esa la costumbre de esta sociedad cada día más crispada y desquiciada.

Está difícil la tarea. Tan difícil como necesaria.

Acéptelo la izquierda. En esta ocasión su situación es la más débil, porque está obligada –como siempre, pero en esta ocasión de manera más rotunda– a convencer: a vencer juntos. No por conveniencia, sino por convicción.

 

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