
El joven que a principios de esta semana denunció haber sido víctima de una presunta agresión homófoba en la que fue atacado por ocho encapuchados que le grabaron la palabra ‘maricón’ en una nalga se ha derrumbado y ha confesado que se trató de una relación sexual consentida.
«Puede que no la hayan sentido nunca, y ojalá que no, la sensación terrible de ir de la mano con tu pareja y soltársela cuando por delante viene alguien que –por lo que sea- te activa cualquier alerta».
«Puede que no la hayan sentido nunca, y ojalá que no, la sensación de, en el metro, por ejemplo, mirar alrededor a ver qué gente hay antes de dar el paso de hacerle un gesto de cariño a tu pareja».
«Puede que no lo hayan sentido nunca, y ojalá que no, estar en una bar por la noche y empezar a calcular hasta qué punto el ambiente es lo suficientemente seguro como para darle un beso a la persona a la que estás conociendo”.
«Ese temor es real. Puramente real. Y no hay denuncia falsa que lo diluya».
(Así lo dijo Aimar Bretos en Hora25. Y la sencillez y su emoción de su argumento lo hicieron).
– ¿Alguien decente se atreve a replicar?
