
A Pablo Iglesias, que había calificado a Puigdemont como un exiliado, le preguntaron si le comparaba con las miles de personas que tuvieron que salvar su vida marchando fuera de España tras el golpe del 36 y la dictadura posterior. Y respondió que sí.
Las críticas surgieron por doquier. Unos, porque de ellos no se puede esperar otra cosa, aunque sea a costa de contradecirse. Y otros, muchos otros, porque no pueden soportar la comparación.Y no solo se los entiende sino que hay que darles la razón por su queja.
El líder de Podemos hizo honor, sin embargo, al sostenella y no enmendalla imperante en la política patria con una explicación prolija que eludía lo que en concreto se le criticaba: la homologación. Hay veces, ya se ha dicho en otras ocasiones, que lo peor tras una metedura de pata son las justificaciones.
A Pablo Iglesias no le bastaron. Y se sobró: «Soy hijo y nieto de represaliados por la dictadura y conozco bien el sufrimiento de las víctimas. El compromiso de UP con la memoria democrática es indudable. Ni media lección de memoria republicana de los aliados de VOX ni de quienes protegen la corrupción de la monarquía».
– ¡Ya está bien!
